La contradicción

 El pasado veintisiete de junio había quedado con un amigo para tomar algo. Al llegar al bar tomé asiento y no pasaron ni dos minutos hasta que llegó mi amigo, llamémoslo Rigoberto. Tras sentarse, Rigoberto pidió una cerveza sin alcohol y comenzamos a hablar de lo que había cambiado nuestras vidas en los últimos años. Es entonces cuando, en la televisión se emitían imágenes de manifestaciones del orgullo LGTBI. Hoy es el día del orgullo, me dije, y al instante me corregí a mí mismo, el mes. 

El tema de conversación fue dado entonces por la caja tonta y Rigoberto empezó a comentarme su visión de lo que estaba pasando con el movimiento LGTBI. Bromeamos con que cada vez se le añadía más letras, ya se habla de LGTBIQ+ y dentro de poco podría ser LGTBIQ+ plus ultra. Una broma inofensiva. Conforme avanzaba la conversación decimos pedir algo para comer, él pidió una hamburguesa vegetal y una coca-cola cero cafeína y cero azúcar para acompañarla. 


Rigoberto, explicaba que respetaba a todo el mundo pero que, no le gustaba que lo fueran exhibiendo. Yo por mi parte pensaba que hay cosas que no entiendo ni comparto del movimiento pero que soy partidario de que cada uno haga con su vida lo que le de la real gana, Sin embargo, no transmitía mis ideas por la simple pereza de discutir. Ahora era un mero espectador de un monólogo realizado por mi amigo. Hablando del matrimonio homosexual su monólogo se elevó unos decibelios ya que no entendía por qué tenía que llamarse matrimonio. A mí, sinceramente como si se llama unión, matrimonio o Estatuto de Bayona. 

Aunque yo sabía que Rigoberto siempre va a tratar a una persona exactamente igual sea de la orientación sexual que sea, no sabía si estaba detectando tintes homófobos en su discurso, si era miedo a lo diferente o si simplemente era su forma de hablar. Tendría que consultarlo, pensé, a alguna de esas personalidades políticas jueces del bien y del mal.  


Llegó el turno para los postres y mi amigo se limitó a pedir un café con leche de almendras y sacarina. La conversación, más bien el monólogo al que yo me limitaba a aportar pequeñas observaciones, llegaba a su fin, y, después de pasar por temas biológicos, parentales, matrimoniales y un largo etcétera, mi amigo quería dejar clara su postura con un resumen. Después de haberse tomado una cerveza, que no era cerveza; una hamburguesa, que no era hamburguesa; una coca-cola, que ni era coca ni era cola; y un café con leche sin leche; va el muy cabrón y me dice que las cosas naturales deben seguir siéndolo y que no podemos cambiar la naturaleza a nuestro antojo.


La reflexión de Francisco S Cobos.

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