Mundos paralelos

 

Alrededor de las 17h de un jueves 28 de octubre en Madrid me dispongo a levantarme, soñoliento, de una pequeña siesta que me he echado en el sofá para plantarme frente al ordenador y darle a la tecla. He quedado un par de horas más tarde a tomar algo con motivo del cumpleaños de un amigo de la facultad, reunión que nos servía para planificar la noche de Halloween del domingo. 


Al norte del país, en la ciudad de Lardero, Logroño, unos padres han vestido a su hijo de nueve años que, ilusionado, se ha disfrazado de la niña del exorcista acorde con la temática de la fiesta a la que han asistido. 


A escasos metros de allí un hombre de cincuenta y seis años quizás se mira en el espejo, dubitativo, pensando qué frase utilizará hoy para saciar sus impulsos más perversos. La noche de Halloween, la noche más terrorífica según los anglosajones, se había adelantado. El villano, el monstruo, la criatura fría e incapaz de sentir empatía estaba decidido a cometer actos que cualquier ser humano que sea eso; humano, despreciaría. 


Ya han dado las 20h y nosotros vamos en camino de pedir la segunda ronda de cervezas mientras el cumpleañero imita a uno de nuestros profesores causando carcajadas en el grupo, miro a mis amigos y pienso “joder, esto es la felicidad. 


A esa misma hora, Alex juega con una amiga en el parque mientras sus padres, a escasos metros se toman algo con los padres de los otros niños. En ese momento un hombre de cincuenta y seis años se le acerca y le convence para que el niño acceda a ir a su casa a “ver un cachorrito”. No era la primera vez que lo intentaba en los últimos días, pero sí la primera que le salía bien. El hombre se siente realizado, puede que nervioso, impaciente por pasar el umbral de la puerta de su casa y dar rienda suelta a su verdadera personalidad. 


Tras darse cuenta de que falta Alex, su amiga se apresura a avisar a los padres. Éstos se alarman por las palabras de la niña que señala al portal donde el hombre había entrado con el infante. Mientras llaman a la policía, un grupo de padres llegan al portal, abren la puerta y, en el descansillo del tercero, encuentran una escena que no olvidarán jamás. Ya era tarde, el supuesto asesino, no soy capaz de teclear su nombre porque no creo que semejante ser pueda tener un nombre humano, impasible, tenía al niño moribundo entre sus brazos.  


Los vecinos de Lardero se agolparon para linchar al individuo. Yo, llegaba a casa, después de habernos bebido un par más de rondas y echarnos infinitas risas, cené algo y dormí, tranquilo, sin saber que los vecinos de Lardero no pegarían ojo y al día siguiente no lo haría ninguno de los padres del país. 


La reflexión de Francisco S Cobos. 






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