Cuento de Navidad Confinado - Especial de Navidad El blog de gol


 El reloj de mi ordenador marcó las 13:02. Animoso de mí, no tardé ni cinco minutos en enfundarme unos pantalones claros, me puse una camisa de rayas azules y blancas, camisa que cubrí con un bonito jersey azul con cremallera  del cuello al pecho, me calcé mis náuticos recién lustrados. Salí a la calle a consumar una nueva, o así lo creo porque para mí lo es desde hace unos años, tradición de la que los jóvenes nos hemos adueñado con puño de hierro llamada “Tardebuena”. Pasé entonces por casa de mis tíos, espacio en el que iba a tener lugar la cena familiar, para ofrecer mi ayuda y ya de paso hacerme la pertinente prueba de antígenos acordada previa a la cena. No salió bien. El coronavirus se había instalado en mi cuerpo por segunda vez. Creo que el okupa de ahora se llama ómicron y he de decir que está siendo más amable esta vez. 

Habiéndome encerrado en mi cuarto, se presentó el fantasma de las Navidades pasadas en forma de recuerdos y fui capaz de sentir que estaba sentado en aquella larga mesa con mi familia. Cómo los primos nos reíamos contando lo que había pasado en la tarde o como alguno que otro disimulaba las tres copas que se había bebido y los otros lo ayudaban pensando en el “hoy por ti, mañana por mí”. Fui capaz de ver a mi tío con la guitarra, a parejas bailando sevillanas, a ese que decide que no le hace falta saber tocar un instrumento, bailar o cantar y se arranca con la botella de anís del mono y un cuchillo... Pero el fantasma, el muy cabrón no se iba. 


-Las de este año no van a ser así eh, que ahora viene el del presente y ése  que es jodido. 

 

Fue entonces cuando el fantasma de las Navidades presentes llegó, en forma de videollamada. La familia entera nos pusimos de acuerdo para abrir los regalos desde la distancia. Fue un momento que, aparte de ser algo caótico, supuso la emoción esperada. Vernos todos, aunque sea por videollamada no ocurre muchas veces al año y fue bonito recordar que, cuando este maldito bicho me deje, tengo visitas pendientes. Sin embargo, no pude evitar llenarme de ganas de estar ahí con ellos. Es la putada de esta enfermedad, que a veces no enferma. No sé si es faena o fortuna. Pero ahí estuve yo, en la cena de Navidad más rara de mi existencia con ganas de salir de copas cantando eso de: 

 “esta noche es Nochebuena y mañana Navidad 

saca la bota María que me voy a emborrachar” 

 

Y, escuchando a Sabina, aquel poeta disfrazado de cantautor que un tal Santiago me descubrió, le canté al coronavirus que tardaré en aprender a olvidarlo 19 días y 500 Nochebuenas. También le pedí al bicho que ejercía el consolidado papel de okupa en mi interior que lo nuestro dure lo que duran dos peces de hielo en un whiskon the rocks 

 

Si el fantasma de las Navidades pasadas vino en forma de recuerdos y el de las presentes lo hizo a modo de videollamada, el de las futuras se presentó como una incógnita. Me dijo que esto estaba por acabar, que ya mismo volveríamos al de las pasadas. Comentó algo que yo ya había escuchado en varias ocasiones a lo largo de los ya tres años de pandemia. Eso mismo nos vendían durante estos meses los anuncios de gente volviendo a casa y abrazándose sin temor y, Fernando Simón, equivocándose de nuevo, he perdido la cuenta de las veces que este señor me ha hecho ilusionesprediciendo que “es realmente complicado que haya una sexta ola”. Lo que sí sé con seguridad, es que cuando esos tiempos vuelvan tendremos las mismas ganas, si no más, de sentarnos a la mesa y disfrutar junto a la familia, junto a las personas que te importan.  


La reflexión de Francisco S Cobos.

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