Reforma en el circo

 


Tránsfugas, Tamayazo, Alberto Casero, derogación... Desde el pasado jueves hemos sido bombardeados por todos estos términos que se han asociado al de reforma laboral, que lleva en nuestras vidas más de un mes. Todo proviene de una de las sesiones parlamentarias más irreales de la historia. El gobierno, después de jactarse una y mil veces de haber dado con la fórmula secreta para que la reforma sea avalada por todos, reforma que pasó del “derogaremos la reforma laboral de 2012” a “la cambiaremos un poquito”, se dio de bruces contra una mayoría de la cámara que no quiso avalarla. Pero, si decíamos que Zidane tenía flor, tanto Sánchez como Yolanda Díaz plantaron un jardín entero de rosas rojas dentro del congreso. Fue Alberto Casero, diputado popular, el que, por error, decidió la votación a favor de la reforma laboral para sacarle las castañas del fuego al gobierno de coalición.  


No entraré en detalle de si me parece que la reforma será o no beneficiosa para nuestro país, pues no soy economista y Dios me libre de serlo. Pero dejaré patente el resumen de mi pensamiento. Lo mejor: que está pactada entre sindicatos y patronales. La duda: ¿De verdad trabajadores y empresarios se sienten representados por estas instituciones? Lo peor: el temor de que encorsetar el contrato temporal y el de prácticas tengan como consecuencia una desaceleración del mercado, que tendría como primer afectado a un ya voluminoso paro juvenil, ese al que no me quiero adherir en mi, cada día más próxima, entrada al mercado laboral. 


El gobierno, dolido por la “traición” de los diputados de UPN, comenzó a hablar de tránsfugas y de Tamayazo, lanzando a los perros de la opinión pública a dos personas que habían votado con sus convicciones y no las de su partido. Los líderes de la izquierda sacaron a relucir su superioridad moral sobre respetar las decisiones de partido, alabando así la disciplina de voto. No hace mucho veían la disciplina de voto de los populares como algo autoritario y pasado de moda. Claro está, antes les convenía y ahora no. Jamás estaré yo a favor de la disciplina de voto y cuento con la ventaja de que no me verán escribir lo contrario perjudique o beneficie al partido que sea.  


No se queda atrás el Partido Popular que, sin pensárselo dos veces, saltó al ojo del huracán dispuesto a cazar un puñado de votos, con las palabras pucherazo y corrupción acusando al gobierno de amañar la votación. El partido azul podría haber reconocido el error humano y ampararse en que Batet, la presidenta de la cámara, debía haber dejado rectificar el voto a Alberto Casero según el Reglamento del Congreso, pero sacrificó la credibilidad por el espectáculo. No me extraña que la tendencia al centro derecha se esté revocando y lo que podía parecer un paseo a la Moncloa para Casado se pueda convertir en un descenso a los infiernos. Este domingo, les llega el turno a los castellanoleoneses para dar un primer aviso a Génova.  


Tendrá que decidir el Tribunal Constitucional si Batet llevaba razón al negarle el cambio de voto al diputado popular que, después de pifiarla desde casa se personó en el Congreso de los Diputados para intentar remediar su voto. De lo que sí estoy seguro es de lo que debería pasar. Si el TC da la razón a los populares, aparte de quedar derogada la reforma laboral, Batet debería presentar su dimisión, pues de qué sirve una presidenta de la cámara si no imparte su reglamento. Si, por el contrario, el TC falla en sentido opuesto, debería ser el Partido Popular el que se retracte de tan graves acusaciones contra el gobierno y la presidenta de la cámara, reconociendo su error y pidiendo disculpas al ciudadano. Viviría en una utopía si no supiera con certeza que pase lo que pase, ni la una ni la otra se cumplirán.

 

No faltó la guinda del pastel para lo que parecía más un reality que un parlamento. Me da que a Batet se le dan las matemáticas tan mal como a mí, ya que no dudó en afirmar que la reforma laboral había sido derogada, para momentánea satisfacción de la bancada de derechas. No tardó en rectificar, pero observé en ese mágico momento la decepción de alguno de los partidos que habían votado en contra. Habría que preguntarles entonces, si les parecía una mejora para los españoles para qué cojones votan no. Aunque la respuesta ya la sabemos, los votos, señores, los votos.

 

Más circo que pan, eso es lo que tenemos.


La reflexión de Francisco S. Cobos.


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