Los periodistas somos unos capullos


    Relata Pedro J. Ramírez en su último libro que, cuando se confirmó la muerte de Julio A. Parrado, hijo de Anguita, el Califa Rojo, en la guerra de Irak, todos sus compañeros se ofrecieron voluntarios para suplir la plaza del corresponsal de guerra. Era una cuestión de que su medio no podía dejar de buscar la verdad, era una cuestión de periodismo. Supongo que la inmensa mayoría de las personas es incapaz de entender el porqué de esta profesión, el porqué de querer situarte en la primera línea para de saber con certeza lo que está pasando. En resumen, creo que la inmensa mayoría de las personas creen que el ir a una guerra con una cámara y un micrófono es de capullo, y no les falta razón.  

Los periodistas somos unos capullos. Empleo el plural porque cada día que pasa me siento más periodista, siento que, si hubiera estado allí, probablemente yo también hubiera levantado la mano. Es inevitable pensar entonces que, si ahora mismo me ofrecieran un puesto como corresponsal en Ucrania también lo aceptaría. Es algo que me ronda la cabeza de vez en cuando, el egoísmo periodístico. Escuchamos a lo lejos que tenemos posibilidades de ver con nuestros propios ojos lo que está pasando y allá que vamos para contárselo al mundo, sin pensar en las consecuencias, o peor, al tanto de ellas. El riesgo lo corre el periodista, pero las consecuencias las sufren las personas a las que importamos. Creo que es más complicado ser padre, hermano, hijo o pareja de un corresponsal que ser el propio cronista de guerra.  


Pero que sería de las personas dedicadas a otros ámbitos de la vida sin los periodistas fieles a la verdad sino víctimas de la propaganda política y la desinformación. En Rusia ha desaparecido el último reducto de democracia que quedaba, unos mínimos derechos de libertad de prensa. Llamar guerra a la guerra, decir que Rusia está masacrando a civiles ucranianos saltándose el alto al fuego pactado cuando está ocurriendo o informar de las manifestaciones del “no a la guerra” ruso podrían conllevar hasta 15 años de prisión.  Claro que, el espía asegura que la ley se aprueba para proteger a su población de falsas informaciones o, más bien, de lo que el gobierno considere falso. No me sorprendería que alguien acabe en la cárcel por asegurar que Putin es calvo, “con la pedazo melena que tiene”, diría el juez.  


Medios opositores al gobierno se han disuelto en tierras soviéticas y agencias internacionales han decidido dejar de informar al exterior temporalmente. El periodismo está en los que se quedan, los que buscan las lagunas del sistema ruso para seguir informando discretamente de lo que pasa al otro lado del muro, asumiendo el riesgo. Gracias a ellos podemos saber que ya son tres los intentos de asesinato que ha esquivado el presidente Zelenski y quien los ha intentado llevar a cabo. Resulta que el presidente ruso se puso en contacto con un grupo mercenario liderado por un conocido de las bandas de Europa del Este al que le gusta exhibir sus tatuajes con simbología nazi. Es decir, en el intento de “desnazificar” Ucrania, Putin ha contratado a un nazi para matar un judío. 


Y mientras nuestra mirada sigue puesta en Ucrania, aquí vemos como perdemos calidad de vida día tras día. La luz llegará hoy al pico de los 700€ por megavatio hora y la gasolina es un lujo para los afortunados que se pueden permitir llenar el depósito a 1,76€ el litro. Pero tranquilidad señores, que hoy, 8M, habrá dos manifestaciones “feministas”, no descarto que se detengan en la Puerta de Alcalá para explicarse a puños cual es más feminista que la otra. No asistirá el emérito que, para tranquilidad de su hijo, ha decidido quedarse en Catar.  


La reflexión de Francisco S. Cobos

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